“Esa flor que está naciendo
ese sol que brilla más,
todo eso se parece…”
(Palito Ortega, ex gobernador)
Por: Marcela Teen
Mi mamá se puso bótox. Acá, acá y acá.
Nuestros almuerzos familiares son los sábados. Nunca entendí bien por qué. Pero la cosa empieza al mediodía. Ella me recibe con una sonrisa tan grande que se arruga. Yo, que soy su hija preferida, la abrazo. Me gustaría darle un beso, pero me contengo el aliento. También me escondo bajo lentes de sol. Son unos Roy Ben de la peatonal Muñecas. Cuando me estoy emparejando el jopo de anoche, ella me descubre. Pero como es mi mamá, mía y de nadie más, me saluda con ruido y me susurra: “Hija, ¿saliste anoche?”. Cuando suelto el aire, le respondo: “No, mamá”.
La casa de mi mamá siempre está en silencio. Tiene un piano, un qué equipo de audio con vinilos en el living y una radio en el comedor. Pero la música, parece, no importa. Hasta que llego yo, la alegría del hogar. Pongo Bésame en la radio, me lavo la boca en el baño, y armo la mesa. Generalmente almorzamos pastas o pollo. Hablamos. Pero cuando llega la sobremesa, mi mamá siempre me pregunta lo mismo: “¿No me ves muy vieja?”. Hay otros en la mesa. Pero sólo me habla a mí. A mí, la única que le pregunta qué va a tomar. A ella que me pide Terma Serrano.
Una vez la descubrí en el baño, frente al espejo, levantándose la punta de la nariz. Me contó que estudiaba la posibilidad de limarse el tabique. Sus amigos y sus pretendientes le dicen que lo haga. Pero yo no quiero. Ver a mi mamá con otra nariz sería raro, como otra mamá. Y yo no quiero a otra mamá. Ya demasiado sufrí en la escuela. Ella siempre fue un camión. Siempre se cuidó: todas las dietas, todos los gimnasios, todos los taxistas, todos los albañiles.
Este sábado me mudé de casa. Y como no tengo amigos ni novios, la invité a almorzar. Limpié mi casa todo el viernes y me dormí temprano. Fresca como nunca bajé a abrirle la puerta. La noté rara. Estaba cubierta como Susan Sarandon en Thelma & Louise. Nunca supe cuál era Thelma y cuál Louise. Pero sabía que, detrás de esos lentes de Carey y la pañoleta rococó cubriéndole el pelo, ahí, esa, era mi mamá. Y como tan bien la conozco le dije que se despejara la cara, ya sin arrugas. Quedó más linda que nunca: toda la frente de oro, todo el pómulo de hielo, toda la quijada de porcelana.
Cuando serví el pollo, su sonrisa iluminó la mesa.
Mi mamá se puso bótox. Acá, acá y acá.